Oye tu que estamos en Gouda, habrá que salir a comerse un queso o algo.
Que sorpresa ha sido este pueblo. Hemos aterrizado aquí casi por descarte y resulta ser uno de los sitios más bonitos en los que hemos estado. Un sitio encantador.
Hemos dormido en una casa típica holandesa (en una habitación que alquila una familia, encantadores también por cierto) en pleno centro de la ciudad,a la orilla del canal. 

Cenamos en un restaurante con un bonito cenadero de piedra, todo muy romántico oiga.

La cosa es que en esta ocasión no hemos podido remolonear mucho en la cama porque había algunos asuntos pendientes.

El pa-carro, todo un campeón, ayer, después de dar un servicio excelente, a escasos 17 km del destino final, ha dicho basta. Paco, con la lagrimilla saltá, incapaz de abandonar su creación (han sido muchas horas con nosotros) lo despieza y lo monta e en su bici…y hoy tenemos que intentar repararlo.

Necesitábamos un tubo de aluminio pero no ha podido ser…así que plan B. Hay que montarlo todo en las alforjas y éstas en el trasportin. Y aunque Paco está hecho una silfide en este viaje, nos preocupa el peso de todo sobre su bici, que también está reparada y uno de los radios flaquea.
Un bonito taller con un simpático turco que nos recomienda el dueño de la casa en la que nos hospedamos es nuestra solución.
-tengo para una hora
-perfecto, un paseito más por la ciudad.

Compramos en un super, comida en la plaza “más principal“ del pueblo y una poquita turismo.
Entre unas cosas y otras, no salimos hasta las tres de la tarde.

Es nuestra última etapa y no es especialmente alegre…llevamos muchos días con nuestra rutinilla de la bici y da pena ser consciente de que esto se acaba.
Sin mayores problemas llegamos al hotel donde nos quedaremos en Rotterdam.
Bueno, pues hemos llegado, pero las bicis no se guardan, hay que descubrir ésta ciudad y por descontado que será con nuestras inseparables monturas.